jueves, 13 de octubre de 2011

La trampa del Sella

El Sella es La Meca de la zona norte; Hay que ir por lo menos una vez en la vida. Y no me refiero al primer fin de semana de Agosto en el que unos compiten en el río por ser el más rápido mientras otros lo hacen en tierra por ser el más alcohólico. Me refiero a bajarlo cualquier otro fin de semana, de verano a ser posible, más despacio en el remar y en el beber. Y en eso llevábamos ya varios años, que si no era por una cosa era por otra que la experiencia se iba dilatando en el tiempo. Así que un fin de semana, por fin, fuimos.

Para empezar, hay infinidad de empresas que realizan la actividad por lo que nosotros, como no podía ser de otra manera, cogimos la que a la postre resultó ser la peor. No hay manera de mantener la dignidad y menos el glamour con un chaleco salvavidas, un bañador, unas chanclas y un bidón debajo del brazo. De semejante guisa iniciamos el descenso que, como la palabra indica, prometía ser fácil. Otra cosa sería ascenderlo como los salmones.

Los rápidos, que coincidían con los meandros, se intercalaban con las zonas de calma total en los que había que dar el callo si se quería avanzar. Para recuperar fuerzas se hallaban esparcidos por los laterales una suerte de "chiringos" para comer algo y sobre todo beber sidra. El glamour de trepar hasta ellos con las clanclas llenas de tierra y el bañador pegado al cuerpo no tiene precio.

Pues fue cuando, yendo en cabeza del grupo río abajo, divisé algo extraño en uno de los meandros. La corriente te arrastraba hacia el lado izquierdo del río y allí se encontraba, recostado sobre la superficie del río, un árbol de medio lado. y entre el tronco y la orilla toda suerte de canoas dobladas y gente esparcida. Algo no iba bien. ¿Qué pintaba ese árbol en medio del camino?. Como quiera que los segundos de indecisión nos aproximaban al escenario del caos, clavé el remo por mi lado izquierdo para obligar a la canoa a virar todo hacia ese lado de la orilla y a pesar de que la corriente tiraba con fuerza, logramos alcanzarla antes de llegar a la "zona 0". Una vez en la orilla comprobamos que la situación era peor de lo que parecía. El árbol no permitía el paso en mitad de un rápido que succionaba todo como un agujero negro. Canoas dobladas y gente sangrando daban fe de lo peligroso de la situación. Así que me apresuré a avisar a los que nos seguía de la expedición.

Los que nos seguían resultaron ser mi suegra y mi mujer, que respondían a todos mis gestos de aviso del peligro con salutaciones. Por lo que llegaron al tronco, lo golpearon violentamente con la proa, la canoa viró, se colocó paralela al tronco y antes de que pudiesen entender qué les estaba pasando se inundó y desapareció por debajo del mismo. Yo me lancé detrás y durante un rato en el que sólo veía burbujas a mi alrededor, logré asir un brazo de mi mujer intuitivamente. Aún así, bajamos un rato sin poder hacer pie, no por la profundidad, sino por la velocidad del agua. Cuando disminuyó mínimamente la velocidad, logramos sacar la cabeza del agua para descubrir que el espectáculo era más dantesco por este lado del tronco que por el otro. Mi suegra abrazada al bidón de los enseres, con la cara de quien acaba de ver su vida en diapositivas, aún descendía hacia Ribadesella mientras infinidad de gente se encontraba en situación parecida. Sin calzado, sin canoa, sin bidón con las llaves del coche...

Pasado este mal trago, y nunca mejor dicho, remamos hasta el punto de contacto que resultó ser el último de todos. Desde el primer punto de recogida hasta el definitivo, mi mujer y mi suegra sopesaron seriamente el trepar por la ladera del río hasta la carretera para pedir auxilio y que las devolviesen a casa. Llegaron a la conclusión de la bajada del Sella nada tiene que ver con la belleza plástica de ver a David Cal, ese Pocahontas musculado, cortando a cuchillo la superficie de un espejo. Se prometieron no bajar nunca nada que no fuese en ascensor.

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