viernes, 8 de marzo de 2013

Eolos el cachondo

Ahora que sopla sur, se me viene a la cabeza cierto día con viento proveniente de la misma dirección en el que subimos a esquiar. Llegamos a Alto Campoo los cinco ocupantes de mi coche con la intención de pasar el soleado día esquiando. El sur hacía temer que la jornada se fuese al garete, bien fuese por el cimbreo de los telesillas, bien porque la alta temperatura dejase la nieve impracticable. Pero había una tercera opción que no llegamos ni siquiera a vislumbrar.

De aquella, los forfaits eran pegatinas que tenías que pegar en un alambre y te las vendían en tiras como la cuenta de una caja registradora. Nada que ver con los modernos forfaits de hoy en día en los que con sólo acercarte al torno te dejan pasar.  Una vez que compramos los cinco forfaits nos dispusimos a poner las botas en el coche, con las cuatro puertas y el portón del maletero abiertos, con un aspirante a esquiador en cada una. Y sucedió que Eolos, juguetón, viendo los forfaits en el salpicadero del coche, aprovechó la jornada de puertas abiertas para llevárselos a gran velocidad por el aparcamiento.

Salí corriendo, no detrás del rollo de pegatinas, sino detrás de las 10.000 ptas. que representaban pero por mucho que lo hacía, ellas lo hacían a la misma velocidad. Aún no había llegado a cambiarme las botas de esquí por lo que mi velocidad punta era buena pero ni con esas. Y llegamos al límite del aparcamiento y los forfaits, ni cortos ni perezosos, se tiraron por el barranco y yo detrás.

No es que fuese ni muy pendiente ni muy profundo pero se encontraba helado, por lo que fue la única vez en toda la carrera en la que adelanté a los forfaits incluso sin mover los pies. Una vez que llegué al fondo, habiendo librado milagrosamente las piedras, había perdido la pista a los forfaits, por lo que, derrotado, me dispuse a subir. Pero hete aquí mi sorpresa cuando no puedo avanzar ni un paso por la dura y helada ladera.
Para no acabar como el capitán Scott , grité que me tiraran las botas de esquí para que , una vez cambiado y clavando las punteras en el hielo, poder salir de allí no sin dificultad.

El resto del día trascurrió sin más novedad. Allá por las once logramos dos forfait de dos sobrados de esos que van a esquiar dos horas, de nueve a once y luego van a ver cómo van sus negocios, y nos los turnamos para hacer dos bajadas cada uno. Hasta hoy esta historia era un secreto para que nadie se riese de los cinco idiotas a los que Eolos les robó el día.