lunes, 28 de enero de 2013

La avestruz curiosa

Hace años, desconozco si en el presente continúa, había un safari park en la isla de Mallorca. Ya habíamos ido al de Aitana, en Alicante, así que quisimos ver otro por comparar. Un safari park es aquel en el que entras con el coche y con el mismo recorres todo el parque mientras que, los animales más amistosos se acercan al coche a ver qué pillan de comida y los menos, gracias a Dios, se mantienen a distancia.

La zona de los felinos, por ser estos menos proclives a comer trozos de pan, estaba separada del resto por una valla y tenía un cartel que rezaba: "Prohibido bajar las ventanillas".

No era un mensaje a la ligera puesto que en Alicante, un matrimonio inglés se bajó del coche para acariciar a los cachorros de tigre sin el consentimiento de sus progenitores y a la hora de la comida. Ni decir tiene que dieron de comer a los tigres en un modo que no hubiésen sospechado. Los familiares de estos, tan espabilados comos ellos, quisieron sacar tajada legal aludiendo a que en la zona no había un cartel específico que indicara que no se podía bajar del coche. Para mear y no echar gota.

Pues a la hora de entrar con el coche en el recinto de los felinos, nuestro Renault 12, que estaba en sus últimos años de servicio, se negó a subir la ventanilla. Al no existir el aire acondicionado y ser Agosto, íbamos con las ventanillas bajadas y a la hora de subirlas, la del conductor se atoró.

Decepción en nuestras caras, atasco en la fila de coches y media vuelta abrupta contra todos ya que el recorrido era en una única dirección. Todo esto convirtió a nuestro padre en el capitán Haddock soltando toda suerte de improperios mientras apartaba el coche de la vía principal y se agachaba dentro del habitáculo aplicando toda su fuerza sobre la manivela.

Y en esto que se acercó al coche una avestruz, pájaro de colosales dimensiones, semejante a una serpiente montada en un velociraptor. Y, curiosa o hambrienta, metió la cabeza por la ventanilla que se encontraba abierta segura de que los humanos se encontraban a una prudencial distancia. Y es aquí, cuando avisando a mi padre, este se incorporó de su postura encorvada y se encontró con la cabeza de la avestruz a la distancia de un beso.

No sabemos si fue el grito o lo enrojecido que se encontraba de estar agachado maldiciendo en pleno Agosto lo que la asustó, pero pudimos comprobar, in situ, la increíble velocidad punta de la avestruz. Lo dicho, un velociraptor.

domingo, 20 de enero de 2013

The early bird gets the worm

Así le dicen los anglosajones al dicho nuestro de " a quien madruga, Dios le ayuda". Y eso no es del todo cierto.

Corría el año 92 cuando España tiró la casa por la ventana organizando unos Juegos Olímpicos y una Exposición Universal. Que los catalanes lo bordasen no sorprendía a nadie pero que lo hiciesen los Sevillanos era un descubrimiento. El recinto estaba situado en la isla de La Cartuja, en mitad del río Guadalquivir, y disponía de numerosas entradas.

Había infinidad de pabellones, los más pertenecientes a países y los menos a compañías. Entre estos últimos sobresalía el de Fujitsu. Sobre su cine semiesférico se proyectaba una película en tres dimensiones que necesitaba de unas aparatosas gafas para poder ser vista. Ni decir tiene que era uno de los más solicitados. El sistema era ponerse en una fila para que te diesen un pase, por lo que era clave madrugar.

Y allí estábamos, la que por entonces era mi novia y yo, a primerísima hora. La dejé la mochila y en cuanto pasé el control de seguridad eché a correr tan rápido como pude.

Aquello era una locura. De todos lados corría la gente como histéricos en pos de mi mismo objetivo. A mi diestra alguien saltó un banco con la intención de atajar y lo que logró fue dejar los piños en Sevilla, pues calculó mal y trabó la puntera del pie trasero en el banco. Uno menos. Por mi siniestra me adelantó otro con una velocidad tal que yo pareciera parado. Mi depresión se disipó poco más adelante cuando la gacela paró en seco a vomitar el desayuno. Otro menos.

Pero a medida que me acercaba al final de la fila esta se alejaba de mi a la misma velocidad. Corredores venidos de todas las puertas formaban la fila tan rápido que esta estuvo corriendo delante mío durante interminables metros mientras torcía a la izquierda para más tarde volver a hacerlo y volver por la calle paralela.

Y en estas venía mi novia con la mochila paseando tranquilamente cuando la fila la engulló consiguiendo un puesto en la misma mientras yo me había rendido exahusto seguro de no tener entradas. Y hete aquí que sí las tuve pero no por mucho madrugar y correr, sino por tener una novia que estaba paseando por el lugar correcto.