lunes, 3 de septiembre de 2012

El violinista en el tejado

Corría el Agosto del 88 cuando estuve trabajando en el Festival Internacional de Santander con el fin de sacarme unas pelillas para la gasolina "normal" del Seat 133. Durante un mes y con un horario de lujo para ir a la playa y para salir de noche, estuve vestido de pitufo (chaqueta azulina y pantalón blanco) en la Plaza Porticada, lugar donde todos los años se montaba y desmontaba todo el tinglado.

El sueldo no era malo y el sobresueldo como acomodador era reconfortante. La gente "bien" aflojaba la mosca por enseñarles su localidad lo que hacía que corrieses a por otro tan pronto hubieses recogido el botín del anterior.

Además me permitía ver íntegro todo el festival,lo que debido a mis estudios en el conservatorio era gratificante, y que incluía grandes orquestas, solistas y compañías de ballet.

Precísamente, en el segundo día de actuación del New York City Ballet, a punto de cerrar las puertas para dar comienzo el espectáculo, llegó un hombre vestido de frac, con unas partituras debajo del brazo, corriendo con la lengua fuera. Me dijo, en un perfecto español, que era de la orquesta y que llegaba tarde por lo que le dejé pasar sin pensar.

Hasta que pensé. De inmediato le seguí, le agarré del brazo y le dije: "También es mala suerte que de 31 días de Festival sólo haya 5 en los que no hay orquesta y hoy sea uno de ellos". Cuando el hombre, cabizbajo, iba a dirigirse a la salida le dije: "Por mi parte te puedes quedar, porque el mérito de salir de casa de frac con partituras para poder entrar denota lo mucho que te gusta el ballet aunque no tengas el dinero de la mitad de estos que sólo vienen para que les vean".