martes, 4 de octubre de 2011

Garganta profunda

Hete aquí, por esas cosas de la edad, que me encontraba una mañana en ese gran parque temático que es un hospital. Atracción del día: Gastroscopia.

Una sala con tres mujeres, ya sea porque son las que más estudian en vez de jugar al mus, o ya sea por venganza, que me explican que me tumbe de costado e intente estar tranquilo. Para empezar a estar tranquilo, la primera me amordaza con una pieza de plástico, que me deja la boca abierta, atada a mi cabeza. Empiezo a sentirme como Marcellus Wallace y para nada tranquilo. Ya ni puedo decir "para que me apeo".

La segunda me comunica que cuando note el tubo en la glotis tengo que tragar. Me siento sucio pero no hay remedio. Ni puedo objetar, ni puedo hacer las típicas preguntas para retrasar el momento. Y entonces entra a matar...

Una vez pasada la dichosa glotis que lucha por sacar aquella manguera, me meten cable suficiente para ver qué tiempo hace a través del orto. No contentas con eso, la manguera insufla aire en mi atormentado cuerpo para que ellas puedan ver mejor y, a la par, yo me convierta en un sapo eruptador con los ojos desorbitados, de medio lado en una camilla cual batracio que lucha por escabullirse de una disección.

Gracias a Dios, como en todo roller coaster que se precie, el viaje no dura más allá de dos minutos. Lo bueno, si es breve, dos veces bueno.

Lo mejor la salida; La cara de pánico que se les queda a los de la sala de espera cuando te ven salir con los ojos enrojecidos de tanta arcada y les dices: "El aparato va mal...".

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