jueves, 6 de octubre de 2011

Emulando a Freire

Ocurrió en el mes de Agosto de algún verano en Torre del Mar, tranquila localidad de la costa malagueña, con unos dos kilómetros de paseo al borde de la playa. Tan tranquila que allí descansa el golpista Antonio Tejero.

Habiendo huido del bullicio de Marbella, nos encontrábamos paseando, mis cuñados con mi sobrina, mi hijo, mi mujer y un servidor, por el mencionado paseo plagado de castillos hinchables, mesas de ping pong y toda suerte de artilugios a pedales para poder alquilar. Como quiera que el paseo se antojaba largo y la noche se nos venía encima, decidimos alquilar un cuatriciclo de seis asientos con su toldo y todo. Sorprendente no necesitar el carnet C1 para manejar semejante mole.

El hombre que lo alquilaba, en su "ferpecto andalú", nos dió las instrucciones básicas de manejo, la hora de vuelta y un consejo muy importante: "No pasei del edificio aqué porque aluego no podrei vorvé". La mirada cómplice entre mi cuñado y yo delataba nuestro común pensamiento. No nos iba a amedrentar el fulano este con historias tales como la manzana prohibida del Paraíso, el fin del océano en una cascada o, ya que estábamos en Andalucía, la canción "Jonathan, no te metas pa lo ondo, que tú no sabes nadar".

Así que, muy seguros de nosotros mismos, nos fuimos por la carretera del paseo, ya que semejante mole no se podía meter por el paseo peatonal. Cuando llegamos al edificio de marras, seguimos hacia adelante riéndonos del pobre infeliz que seguramente quería tenernos al alcance de la vista o, en su defecto, asegurarse de que no nos fuéramos muy lejos por si luego nos pasábamos de la hora límite para volver.

Y resultó que no se podía volver. El paseo marítimo de Levante, que unos metros antes presumía de ser ancho, se tornaba estrecho y de una única dirección que nos empujaba sin remedio, cual río proceloso, hacia la N-340a. Con dos niños pequeños y con la oscuridad cerniéndose sobre nosotros sobra decir que el pánico irrumpió en el grupo, sobre todo en mi cuñado y yo que habíamos sido los instigadores de la rebelión.

Con el sentimiento de culpa que sólo se tiene de pequeño, cuando tus padres te advierten de algo y tú vas de cabeza hacia ese algo, decidimos poner todo de nuestra parte para desfacer el entuerto. Así que poniéndonos de pie sobre los pedales nos dispusimos a dar el todo por el todo, cual Freire vs. Cipollini, para poner el cuadriciclo a la máxima velocidad posible entre el veloz tráfico de una carretera nacional y rezando para que no desembocase en el acceso a una autopista y que de ser así, no fuese de peaje.

Cabizbajos devolvimos tarde el cuadriciclo, seguros de quedar expulsados del Paraíso, que en adelante pariríamos a nuestros hijos con dolor, que nos pondrían delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante, para guardar el camino del árbol de la vida.

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