miércoles, 3 de octubre de 2012

Caballo loco

Desde que los Reyes Magos perdieron por el camino el coche de Zorak, miraba con envidia el flamante caballo que sí habían traído al Geyperman del Séptimo de Caballería de mi hermano. Me fijaba en los caballos de las películas con esas crines al viento y ese pelaje brillante y me entraban ganas de galopar en uno.

Por eso, cuando surgió la oportunidad en Laredo, aprovechando un campamento de verano en el que estaba, no lo dudé ni un segundo; Me apunté a una excursión a caballo.

Para empezar, por la tele los caballos no huelen y aquellos sí. Y mucho. Todos llenos de moscas moviendo los músculos nerviosos, no se sabe si con el fin de espantar las moscas o porque tenían clientes a los que trasladar, empezaron a cagar alternativamente como signo de bienvenida. El olor se acrecentó.

Una vez todos en sus monturas nos pusieron en fila india y mi caballo, bien sea por animadversión con el de delante o porque era el típico "tocahuevos" comenzó a morderle la cola. El de delante, viéndose ultrajado empezó a soltar coces a quemarropa que el mío, muy hábil, esquivó y terminaron impactando en mi zapato. Hasta que en una de estas andanadas, que yo ya intuía que no iban a acabar bien, logró impactar en el hocico del mío. Se mosquea el mío después de todo el tiempo gastado en molestar, se yergue sobre sus cuartos traseros cual película de Western y sale en estampida adelantando al grupo e internándose en un pinar.

Como un Jedai en los bosques de Endor veía yo pasar los pinos y no sabía cual iba a ser peor; Si caer del caballo o que este nos estrellase a los dos contra un pino. Perdí al grupo para cuando el cabrón quiso parar y anduve cual anuncio de Terry paseando por la playa sin rumbo fijo hasta que me vinieron a rescatar.

¿Nunca más?. Pues hasta hoy que escribo este epitafio antes de subierme en uno dentro de 30 minutos. A ver que tal.

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