domingo, 13 de noviembre de 2011

Picante del averno

Cuando gané mi primer sueldo, estaba tan orgulloso de mi recién estrenada autonomía que invité a cenar a la que hoy es mi mujer. Tampoco era la cosa como para echarse la manta a la cabeza y con la excusa de que El Bulli tenía una larga lista de espera nos fuimos a cenar a un Mexicano. Vaya por delante que a mí me gusta probar de todo aunque la experiencia no resulte agradable. Ya había pasado por un indio que había turbado mi sueño entre curry y cous cous así que tocaba algo más convencional.

El problema de estos sitios es que no sabes lo que pides y por no estar todo el rato preguntando,al final coges algo al azar. ¡Cómo yo como de todo!. No me acuerdo cómo se llamaba lo que pedí, pero al final de la velada, el camarero me dijo que era el plato más picante que tenían.

Al segundo mordisco ya se me estaba empezando a arquear la boca como esas máscaras griegas de teatro para coger aire que apagase el incendio. Pero ya que estaba pedido había que acabarlo. Seguí comiendo y el calor que ascendía desde mi estómago comenzó a derretir primero mi mucusa nasal, que se deslizaba libremente fuera de los orificios y más tarde mis lacrimales, que empezaron a regar toda mi cara. Por no parecerme a Charlie Rivel, me tapé la cara con la carta en una mano mientras me agarraba a la mesa con la otra. El cerebro, ya derretido, asomaba por la nariz mientras ya no podía evitar berrear como los osos. Un espectáculo.

Para apagarlo, tequila. A ver. Que alguien me explique la gastronomía mexicana. ¿Son tragafuegos o tienen cuatro estómagos como las vacas?.
Señores. Eso de los picantes del averno no puede ser bueno. El cuerpo se rebela. Nunca mais. De la cocina mexicana sólo he vuelto a probar los tacos y con Omeprazol.

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